«He visto una juventud que puede ser revolucionaria»

 

¿Ha heredado la gente joven de hoy alguna enseñanza de la conciencia política de Mayo del 68? El director francés intenta responder a esta pregunta en su documental 'Nuestras derrotas'.

¿Qué es la política? Puede parecer una pregunta sencilla, pero no lo es. Los estudiantes de bachillerato a los que interroga Jean-Gabriel Périot (Bellac, Francia, 1974) en su documental Nuestras derrotas –que llegará a los cines el próximo viernes 24 de julio– pasan por algún apuro a la hora de responder a esta y otras cuestiones de índole similar: ¿Qué es una huelga? ¿Qué es un sindicato? ¿Qué es una revolución?

En el marco de una práctica sobre cine realizada en el instituto Romain Rolland de Ivry-sur-Seine, en el llamado «cinturón rojo» de París (y lo de «rojo» no es gratuito: el municipio solo ha tenido cinco alcaldes desde 1944, todos del Partido Comunista), Périot recrea con estos chicos y chicas algunos fragmentos del cine político surgido en la década de 1960. Entonces las guerras de Argelia y Vietnam promovieron un clima de contestación que llegaría a su culmen en las manifestaciones obreras y estudiantiles de Mayo del 68. En ese ambiente nacieron obras puramente teóricas como La Chinoise (Jean-Luc Godard, 1967) o documentales muy pegados a la realidad como À bientôt, j’espère (Chris Marker, 1968), filmado durante una huelga en una fábrica textil de Besançon.

Périot rueda con el alumnado varias escenas de estas y otras películas. Hay estudiantes que muestran una gran naturalidad ante la cámara. Otros, en cambio, titubean. Pero lo más importante: ¿han entendido algo de lo que acaban de interpretar? El resultado es un elocuente retrato del compromiso político de la juventud en la actualidad.

 

Comencemos por el título: Nuestras derrotas. ¿Estas derrotas son definitivas o podemos hablar de una nueva forma de lucha para los chicos y las chicas de hoy?

El título tiene varios sentidos. Está, efectivamente, nuestra derrota, la derrota de los adultos. Con estos jóvenes me di cuenta de las pocas cosas que les hemos transmitido. En cuestiones de vocabulario, por ejemplo, les faltan claves para comprender no solo el mundo político sino el mundo que hemos construido y al que ellos y ellas deberán hacer frente. Además, a la hora de ponerlos en contacto con este tipo de cine, escuché muchas veces que era demasiado difícil para ellos, que eran demasiado jóvenes para implicarse, que eran demasiado jóvenes para tener opiniones políticas… Al final podemos ver que ellos también se rebelan cuando tienen que vérselas con la policía, con la justicia, con detenciones. La imagen es aterradora pero hay otra lectura: enfrentarse al fracaso es una buena manera de aprender. Movilizarse, combatir y tratar de cambiar el mundo es importante pero también lo es entender que se trata de un proceso con varias etapas, que los fracasos están asegurados, pero que la derrota no es definitiva. Al menos para mí no lo es.

 

Esa «imagen aterradora» a la que se refiere Périot, y que se hizo viral en diciembre de 2018, es la de 151 jóvenes de rodillas, con las manos en la cabeza y rodeados por la policía en Mantes-la-Jolie tras una jornada de protestas. Un agente grabó la escena con su teléfono móvil. En el vídeo se oye una voz que dice: «Aquí tenemos, por fin, a una clase que se porta bien».

Por iniciativa propia y a modo de epílogo a Nuestras derrotas, los y las estudiantes de Ivry-sur-Seine recrearon esta escena para Périot como antes hicieron con las películas políticas de Godard, Marker, Alain Tanner o Marin Karmitz. Además, secundaron una huelga como protesta por la detención de sus compañeros.

 

En un momento de su filme hay un chico que se llama Martin que dice que entre trabajar en un trabajo que le guste o trabajar exclusivamente por dinero, él elegiría el dinero. Pero la verdad es que no está muy convencido. ¿Cree que esa es la principal derrota de la izquierda en los últimos 50 años, su dificultad para contrarrestar el discurso liberal dominante?

No sé si yo lo expresaría de una forma así de directa pero es cierto que la política aplicada por la socialdemocracia en todo el mundo, encarnada en Francia por el Partido Socialista y que es un modelo de izquierda no revolucionaria y fundamentalmente reformista, ha hecho que nos adaptemos a un mundo capitalista y destructor. Pero no creo que el caso de Martin sea nuevo. Si yo me proyecto en él, a sus 17 años, creo que también me vería constreñido por la cuestión de la obligación del trabajo, el miedo al paro o la idea de ganar dinero. La diferencia con nuestra generación quizá sería que nosotros aún creíamos en el esfuerzo por cambiar las cosas. Pero en los últimos años lo que les hemos enseñado es a resignarse.

 

Evidentemente, este grupo de jóvenes ha aprendido algunas cosas de usted. ¿Pero qué es lo que usted ha aprendido de esta experiencia?

Muchas cosas. Para empezar, me ha permitido aprender cómo funciona el sistema educativo francés, que ha cambiado mucho. No se parece a la escuela por la que yo pasé, que era una escuela, desde un punto de vista francés, muy republicana. Tampoco es que a través de aquella educación cívica que recibíamos aprendiéramos a ser militantes pero sí manejábamos algunos conceptos políticos. La enseñanza de las ciencias sociales y de la historia ha cambiado. He conocido cómo trabaja el profesorado y las dificultades a las que se enfrenta, que era algo que solo conocía de oídas o por la prensa. Pero a pesar de todo, de las atenciones que reciben de sus padres, del modo de transmisión de la cultura en la escuela y de que los conocí a una edad en la que todavía están formándose, a pesar de todo eso, he visto una juventud que puede ser revolucionaria. Y en el tiempo que he pasado con ellos he aprendido mucho. La lucha y el compromiso político, aunque no sean capaces de verbalizarlo fácilmente, está ahí. De hecho, están mucho más preparados de lo que yo lo estaba, por ejemplo, a su edad. A lo mejor me equivoco, pero veo una cierta fuerza.

 

O sea, que aunque nosotros quizás estuviéramos más educados en la teoría, ellos están más preparados para la acción. ¿Podríamos expresarlo así?

De alguna manera, sí. En la película, por ejemplo, no hablamos de ecología, pero las manifestaciones por la emergencia climática en París han sido enormes. Y en las recientes protestas contra la violencia policial [por la muerte del joven Adama Traoré en 2016, que volvió a la actualidad tras el asesinato de George Floyd en Minneapolis], los manifestantes eran mayoritariamente jóvenes. Quizás nosotros necesitábamos un intermediario, alguien que nos aleccionara y nos hiciera salir a la calle. Ellos no. La situación para ellos es desesperada.

Usted habla mucho sobre la cultura con los chicos y las chicas que aparecen en su película. Después de la Segunda Guerra Mundial, uno podía escuchar, por ejemplo, a Yves Montand cantar Le chant des partisans o Bella ciao. Y Montand era un personaje de la cultura popular que no tenía problemas para cantar abiertamente sobre sus inclinaciones políticas. Ese lugar quizás lo ocupe hoy el rap, aunque no sé si llega a todos los estratos sociales. ¿Esto no es un problema? ¿No es un problema esta ausencia de referencias culturales para la juventud?

Creo que ese fenómeno respondía a que entonces había una cultura popular común. Esa generación de posguerra estaba muy relacionada con el Partido Comunista: Montand y otros cantantes, pero también escritores o pintores, como Picasso. Todo eso ha desaparecido, evidentemente. Hoy el acceso a la cultura está más individualizado. Gracias a Internet cada uno puede hacerse su propia selección musical o cinematográfica. Durante el rodaje fue difícil elegir un producto cultural que fuera conocido por todo el alumnado y sobre el que pudiéramos trabajar. Tienen gustos y referencias muy diferentes unos de otros. No hay muchas obras que todo el mundo conozca o que todo el mundo comparta.

 

Tienen también mucho respeto, mucha prudencia a la hora de abordar el tema de la violencia, incluso cuando ese tema se trata en un marco puramente teórico. ¿A qué atribuye usted este respeto, casi este miedo?

Estamos claramente en un escenario de cambio de vocabulario o de paradigma en torno a la violencia. Supongo que todo comenzó a finales de los años setenta, justo después de un movimiento revolucionario mundial en el que la utilización de las armas todavía era posible desde un punto de vista estratégico y político. La cuestión sobre la violencia, en aquellos años, era táctica, no moral. Después hubo un progresivo trabajo de zapa, a largo plazo, para impedir la utilización de la violencia en el marco de una acción política. Hoy en Francia, en cualquier caso, hacer huelga y manifestarse en un espacio público puede desembocar en un acto de violencia, aunque ya no se trata de violencia armada. El término ha cambiado.

Cuando uno se rebela, como ha sido el caso de los chalecos amarillos, se corre el riesgo de ser encarcelado o herido en el curso de una manifestación. Y la gente joven lo ha visto, ha crecido en una sociedad en la que la violencia, a priori, está mal. No hablo de la delincuencia violenta, eso es obvio. Me refiero a un acto de oposición que implique algún tipo de violencia. Eso es algo que produce terror. Para ellos está mal. Viven en un mundo en el que la violencia es analizada únicamente en términos morales. Ese tema es difícil de abordar. Ya no estamos en una sociedad en la que el debate en torno a la violencia sea posible. La violencia está mal. Punto. Me lo dejaron muy claro.

 

Una juventud revolucionaria

Para quienes participaron en el rodaje de Nuestras derrotas, la experiencia fue un juego y una lección de política, todo a la vez. Pero antes de encerrarse en ese instituto a reflexionar con la gente joven sobre la validez de la lucha revolucionaria, Jean-Gabriel Périot ya había abordado ese tema y esa época (los años sesenta y setenta) en el documental Une jeunesse allemande (2015). En él narraba, solo con imágenes de archivo y sin voz en off, la transición de la teoría a la lucha armada de la Fracción del Ejército Rojo.

 

Corríjame si me equivoco pero me ha parecido encontrar una relación entre La Chinoise de Godard y su documental Une jeunesse allemande. Es como si Ulrike Meinhof y Andreas Baader fueran personajes que han saltado de la ficción de La Chinoise a la realidad. Como si toda esa violencia verbal se hubiera materializado en la realidad. ¿Está de acuerdo?

Sí, porque Godard reescribe y monta lo que estaba pasando en ese momento en los medios militantes: la discusión teórica que los jóvenes tenían sobre la violencia, a la que llegaron a través de textos políticos, ya fueran comunistas o anarquistas. El debate sobre la lucha armada estaba muy extendido en esos ambientes. Además, había habido guerras revolucionarias, en China o en Cuba, por ejemplo, así que el tema no era solamente teórico. Godard expone muy bien esa romatización de la violencia que cristaliza en la figura mítica del guerrillero revolucionario que no tiene miedo a la muerte y que se atreve a romper todas las barreras. Eso lo asumieron en la Fracción del Ejército Rojo y en otros grupos. E independientemente de su conveniencia táctica en ese momento concreto, ese paso a la acción era algo que inevitablemente tenía que ocurrir.

 

En el caso de Chris Marker, por ejemplo, no hay duda sobre su trabajo militante, porque él rueda À bientôt, j’espère en medio de una huelga de verdad. Pero, incluso hoy, yo aún no sé qué quería decir Godard con La Chinoise. No sé si es una película paródica o seria. ¿Usted lo tiene claro?

Es difícil decirlo. La Chinoise es su primera película política y hay una parte en la que él se burla de esa chica rubia y rica, parisina y estudiante de Filosofía metida a revolucionaria. Y la crítica la hace a través de la empleada del hogar que tienen en ese grupo, que viene del medio rural y que llega a prostituirse para pagar el alquiler porque estos intelectuales son incapaces de ponerse a trabajar. Se burla de todos ellos pero también los salva. En su obra posterior, de hecho, corrige ese tono humorístico. Las películas políticas que hace luego con el Grupo Dziga Vertov son excesivamente serias y directas. Pero en La Chinoise hay, efectivamente, otro nivel de lectura en el que critica ese mundo intelectual parisino que juega a ser revolucionario.

 

Hay una comedia de Josiane Balasko, de los años noventa, que se titulaba No todo el mundo puede presumir de haber tenido unos padres comunistas. ¿Fue ese su caso? ¿Su interés por la política nace en el seno familiar?

[Risas] ¡No! Puedo presumir de tener una familia muy chula y unos padres muy divertidos, pero no eran comunistas. De hecho, no he recibido de ellos ninguna herencia política. Cuando me hice mayor y fui a la universidad me di cuenta de mis lagunas en historia y en política. Fue entonces cuando comencé a militar y a investigar para comprender el mundo en el que vivía, porque me faltaban muchísimas claves. Así que no, no tuve la suerte de tener unos padres comunistas o que me transmitieran algún tipo de tradición política. Y eso es algo que eché mucho en falta cuando era joven.

 

Laurent Cantet, el director de La classe, dice que adora filmar la palabra. Después de ver Nuestras derrotas se puede decir que a usted le pasa algo parecido, ¿no?

Sí. Yo me pasé muchos años buscando palabras para mí mismo hasta que de golpe, finalmente, aparecieron. Y mi experiencia con estos alumnos fue similar. Cuando empecé a entrevistarlos no sabía qué forma tendría la película ni su duración. Pero revisando las primeras pruebas me di cuenta de que debía dejarles mucho tiempo para que hablaran, para que se soltaran. Buscar la frase corta no sirve. Para entenderlos hay que escucharlos, dejar incluso que se contradigan, y así es como uno puede conocerlos. El tiempo y la palabra son muy importantes.

Hay algo un poco perturbador en la película y es la consecuencia que pueda tener expresar opiniones políticas para algunos de estos chicos en el futuro. Es algo horrible, pero esto pasa. Estoy pensando en Ghaïs, por ejemplo. La mayoría de los y las jóvenes que aparecen en la película no tendrán excesivos problemas para encontrar un trabajo, pero él exhibe un discurso mucho más sólido e inequívocamente izquierdista. ¿Eso se castiga?

Ghaïs, concretamente, se ha matriculado en Derecho. En Francia no hay muchos abogados de izquierdas, ni por supuesto jueces. Es un entorno bastante escorado a la derecha. Faltan abogados para defender a activistas y a gente que se enfrenta a la policía. Y él, además, acaba de ser elegido en el consejo municipal de Ivry-sur-Seine. Así que creo que va a encontrar su camino como militante, en un trabajo en el que la política esté en el centro. Pero es cierto que expresar opiniones que puedan ser tachadas, entre comillas, de radicales o de excesivamente asertivas se ha convertido en algo casi grosero. Cada vez más. Denunciar la violencia policial u otras cosas por el estilo tiene, a menudo, muy mala recepción. Si tu discurso no es centrista o moderado, lo puedes pasar mal. Tanto que hay ocasiones en la vida en las que es mejor callarte tus opiniones políticas.

 

¿Ha recibido alguna reacción a su trabajo por parte de Jean-Luc Godard, ya sea crítica o felicitación?
¡No, nunca! [risas]. Ni por Une jeunesse allemande ni por Nuestras derrotas. Pero hay algo que es conmovedor para mí. Hice un cortometraje para la Ópera de París, dentro de una serie que se llama la 3e scène, y Godard le escribió al productor. Le mandó un fotograma de mi corto para preguntar quién era la protagonista. Me alegró mucho que hubiera visto mi película. Pero después de eso no he sabido nada más de él.

 

Bueno, no es mucho… Pero algo es algo.

¡Efectivamente! ¡Algo es algo! [Risas]. En cualquier caso, yo soy muy tímido. No sé cómo reaccionaría si un día sonara el teléfono y fuera él.

 

Manuel Ligero
La Marea
23 julio 2020